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quienes somos

Necesitamos amar y ser amados

Ya Aristóteles decía que el hombre es 'un animal político'. Con ello quería significar que la soledad, no es su medio o su ámbito. La adscripción a grupos, de trabajo o de familia, de la urbe, de la comunidad en general, de la sociedad, así como la pertenencia a un Estado, no son anodinos. Los estudiosos e investigadores han comprobado, desde la psicología a la fisiología, desde la sociología a la medicina, que la convivencia es uno de las factores más trascendentes, no sólo para el bienestar y la felicidad, sino para el sostenimiento de la salud total. Los enfoques psicosomáticos y holísticos, no tienen sobre esto, ninguna duda.

El ser humano tiene dos necesidades sociales básicas: la necesidad de una relación íntima, estrecha con un padre o un cónyuge y la necesidad de sentirse parte de una comunidad cercana e interesada por él. Somos fundamentalmente animales grupales y nuestro bienestar es mucho mayor cuando nos encontramos en un ambiente armónico, en el cual vivimos en estrecha comunión. La investigación ha mostrado que cuando estamos solos estamos más predispuestos a sufrir accidentes, enfermedades mentales, suicidio y un amplio espectro de enfermedades.

Para la supervivencia es indispensable la independencia y la autoconfianza, pero en el discurrir de nuestra vida no podemos prescindir del apoyo y de la compañía de los otros. Como señalan ciertos exponentes del existencialismo no puede haber un 'yo', sin un 'tú'. Esta interdependencia social es mucho más que un abstracto concepto filosófico, constituye una necesidad humana fundamental.

Necesitamos amar y ser amados. Por un tiempo podemos arreglarnos sin afecto, pero si la privación se extiende demasiado tiempo nos enfermamos, nos sentimos infelices e incluso podemos llegar a morir prematuramente. Esta fue la conclusión a la que llegó el doctor James Lynch, quien enumeró las consecuencias médicas de la soledad en su libro The broken Heart, en el cual advirtió: “Debemos aprender a convivir o aumentaremos nuestras probabilidades de morir prematuramente solos”.

Cuando los japoneses se trasladan a Estados Unidos para trabajar, experimentan un aumento masivo de enfermedades cardíacas. En principio se atribuía este aumento a la adopción de una insalubre dieta occidental , pero ahora parece más probable que se deba al impacto cultural y la pérdida de la red de apoyo de lazos familiares y vínculos de amistad.

Estos factores (desorganización social, débiles vínculos familiares y soledad emocional) también participan en el desarrollo del cáncer, como fue demostrado por investigadores de la Universidad de Rochester, quienes encontraron que una alta proporción de pacientes de cáncer son rígidos, solitarios y poco demostrativos. Rehusan el contacto emocional con otros y logran ocultar exitosamente sus sentimientos de tal modo que nunca se muestran abiertamente afectuosos ni definidamente enojados.

Para sentirnos felices necesitamos amigos. Sin ellos todos también caemos fácilmente en la apatía, en la inactividad o en la depresión crónica. Esto explica los estrechos vínculos entre el suicidio y la alienación social, demostrados por primera vez por el sociólogo francés Émile Durkheim en su clásico libro El suicidio, publicado en 1897.Durkheim analizó todos los factores que podían llevar a una persona a quitarse la vida –tales como enfermedades, pérdidas personales y dificultades económicas –pero concluyó que el determinante principal era lo que describió como “cohesión social”. Las personas que se sentían parte de un grupo estrechamente unido tenían menor probabilidad de cometer intentos de suicidio que quienes estaban más aislados.

El efecto terapéutico de la cohesión social sobre el individuo se ha confirmado mediante diversos estudios, en especial el que fuera realizado a lo largo de nueve años entre 7000 residentes de Alameda County en California. Este estudio tenía la finalidad de identificar los factores tanto físicos como psicosociales que otorgan protección contra las enfermedades y la muerte prematura. Además de evaluar la importancia de factores de riesgo reconocidos como fumar, la falta de ejercicio y la obesidad, los investigadores también estudiaron la importancia de cuatro factores psicosociales: estado civil, redes de amistades, pertenencia a una iglesia y participación en organizaciones comunitarias.

Cada uno de ellos resultó ser un importante determinante de la salud. Tanto que los individuos no casados que tenían pocos amigos y no estaban vinculados con una iglesia o un grupo comunitario tenían una tasa de mortalidad por todas las causas que era entre dos y cinco veces superior a la de aquellos que tenían una red bien desarrollada de amistades y relaciones. Una de las formas más usuales en que se verifica la convivencia, es la familia. Unidad básica de la vida social o comunitaria.

En el pasado, y especialmente dentro de ciertas tradiciones de etnias occidentales, la familia era un núcleo amplio, que no sólo abarcaba a marido y mujer, e hijos. Comprendía también, en grado no poco frecuente, a los abuelos. A veces, algún otro familiar. Poco a poco, y a medida que nos acercamos al presente, la familia ha ido adoptando la estructura nuclear, alimentada por los componentes esenciales de marido y mujer e hijos.

En la actualidad, no es infrecuente que haya roces entre los progenitores y los hijos. Al llegar a la pubertad, por razones psicofisiológicas, y fundamentalmente sociales, los adolescentes entran en conflicto con la paternidad, en sentido amplio. Lo social alimenta valores no siempre coincidentes con los que imperan en el núcleo familiar. En ese orden pueden darse conflictos. El natural deseo de emancipación de la adolescencia está en los tiempos actuales, y ya desde antes de la entrada en el siglo XXI, en choque a veces continuo entre jóvenes y padres. Con frecuencia se hace necesaria la intervención de un terapeuta familiar.

El otro gran problema de la familia, que se ha ido acentuando progresivamente, es el del ajuste en la convivencia entre el marido y la mujer. Ejes de la familia. La creciente intervención de la mujer en el mundo del trabajo, el cambio de los roles femeninos en el ámbito social, la emancipación creciente de la mujer de su sujeción al hombre y de los esquemas sexuales por la revolución sexual, han tornado cada vez más compleja la vida en común. Se necesita de la convivencia por todo lo antedicho en este artículo, pero la ejecución de la misma, en el marco de la familia, la ha tornado con frecuencia ríspida. Los niveles de tolerancia ante las diferencias no fueron tal vez nunca fuertes, pero la dependencia de la mujer en grupos patriarcales del pretérito, la llevaban a un sometimiento y a un ajuste dependiente y forzado. Tal cosa hoy no se verifica, y la disolución de parejas se ha ido incrementando.

Separaciones y divorcios, son hoy un lugar común. Como también las infidelidades sexuales por ambos cónyuges. Los pactos contractuales explícitos o tácitos que implica un matrimonio, sea civil o religioso, ya no son respetados como antaño. Y ello conduce a conflictos crecientes, a desencuentros, a pasivas tolerancias en donde el amor y el profundo afecto ya no cuentan. Tolerancias que son movidas tan sólo por la costumbre o la forzada aquiescencia mutua en razón de la presencia irrecusable de hijos.

De este modo, la terapia familiar, a la que no siempre se apela, ha sido una especialidad de la psicología en progresivo auge. Como también lo ha sido la bibliografía psicológica de autoayuda, en estas precisas cuestiones. Como nunca, tal vez antes, el 'arte de la convivencia' se ha hecho indispensable, para que lo que conforma una necesidad del hombre sea compatible con los moldes socio-históricos en que los individuos deben moverse y desarrollar sus vidas.


Omar Romano - www.vidapositiva.com

 

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